Yo vi dos soles rojos dominando el espacio
Perlaban en sus rayos las luces de topacio
y tendí mis dos manos hambrientas de infinito
para estrujar en ellas un inefable mito.
Las dos pupilas rojas como rosas del cielo
cegaron mis pupilas, soberbias en su anhelo
de mirar cara a cara los toques de diamantes.
Después, como un crujido de nudos que se quiebran…
Tempestades soberbias que en los mares se enhebran;
parto de los dioses… Un quejido de Dios…
¡Y bocas que se muerden en un supremo adiós!
Más tarde una sonata más dulce que la miel; Seguir leyendo
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